COLOR

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martes, 9 de abril de 2013

Nubes blancas se avecinan, algunas parecen platos de arroz, otras jarras de porcelana, las menos gusanitos de maíz. Empieza a llover, no llevo paraguas, busco cobijo pero estoy a descubierto, no veo tejado en ningún lado. Suena un claxon. Es un camión. Buenas noches caballero, ¿necesita que le lleve algún lado?. No, le respondo, pero ¿tiene usted un paraguas?. No, me dice y continua su camino. De repente una mariposa cae al suelo y la miro, no tiene posibilidad, sus alas están pegadas, ha llegado su final, salvo cambio de tiempo radical. Un momento, se ve una abertura en la roca ¡hay una cueva!. Subo la mariposa a una hoja de abedul y la llevo conmigo. Cojo cuatro rastrojos y dos troncos de madera, quizás roble, allí dejados por algún dominguero poco espabilado. Busco las cerillas y enciendo un buen fuego. Coloco la hoja de abedul entre mis manos, mientras se calientan, bajo la indiferente mirada de la Erebia Hispania, más conocida por la montañesa excéntrica. Sus alas empiezan a secarse y en menos que salta una chispa, emprende de nuevo el vuelo, sin despedidas, sin gracias, ni siquiera un adiós. Deja de llover, apago el fuego y vuelvo al camino. Me siento feliz, como ayer, como hoy, como casi siempre, gracias Erebia.

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