COLOR

COLOR

viernes, 3 de mayo de 2013

Oigo sus latidos, incluso calculo su frecuencia,  pasan de 90 pulsaciones por minuto. Está nervioso, su color le delata, es pálido, como el nácar. Pero está feliz, sabe que lo conseguirá. No en vano fueron muchas mojaduras, de día y de noche, incluso festivos, hasta el cura decía ¿Donde está Miguelucu?.
Pero él, seguía y seguía, cada vez quedaba menos y no quería fallar, quería por fin ganar el concurso de pastores ovejeros con su mejor amigo, Néstor, un perro lobo criado por él mismo. Hace tiempo, no demasiado,  lo encontró en el monte, abandonado por algunos domingueros, cuando no pesaba ni lo que un bote de leche condensada. Sus ojos se miraron y desde entonces nunca se separaron.
Se oye el pitido del árbitro y empieza el festival, que destreza, que felicidad, parece que habla a las ovejas ó mejor aun, que esos bellísimos animales le escuchan. Suena el pitido final. Se oyen cohetes, gritos, aplausos, incluso lloros. Nunca se ha visto nada igual. Miguelucu dice gracias y se tira al suelo, incluso parece querer ladrar, mientras Néstor lo mira y no deja de mirar.
El amor no se mide con roblones de oro, ni con centavos de dólar. El amor se mide, con el orgullo de unir esfuerzos, con distintas inquietudes, para conseguir un camino, que no una meta.
Ya lo dijo mi hermano, el dinero es bueno como abono, nunca como cosecha.
El mes que viene nos vemos en Nueva Zelanda, ó como dicen los maoríes en Aotearoa.
Ahora me toca a mi, demostrarle a Néstor, que soy el mejor esquilador del mundo.

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